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Mearruinas

&

Acordar

Con este proyecto de instalación escultórica queremos investigar sobre el concepto "pareja" a través del elemento "colchón".
Diez piezas en un espacio íntimo creando un recorrido conceptual, donde la luz y el ambiente hamacan a dos personas que intentan "acordar" lo que va a ser su relación.

 
MEARRUINAS es el espacio, ACORDAR la acción.
Comentario del Círculo de Espectadores del festival "Escena Contemporánea 2012"
sobre la instalación Mearruinas y la performance Acordar.
Tú y yo. Dos puntos de partida. De entre todos los espacios y tiempos donde pueden encontrarse yo y tú, la cama es la encrucijada, donde dos trayectorias se atraviesan y se confunden. Ese terreno que no puede pertenecer ni a una parte ni a otra y en la que sin embargo va a ser imprescindible llegar a un acuerdo.
Proyectos Poplíteos ha convertido la antigua nave de almacenaje de Tabacalera en un espacio donde diferentes instalaciones dibujan una constelación de camas. Diez colchones atravesados de luz, de objetos: un somier traspasado por cirios rojos, consumiéndose en sus propias lágrimas; una litera partida en dos, con sábanas estampadas de dibujos de Supermario, cuyas dos mitades intentan fundirse, colocadas en vertical. Una pequeña cama dentro de una jaula de pájaro, pendiendo de un hilo desde el techo. Un colchón que alberga una bañera hundida, repleta de muelles rizados que esconden un fluorescente azul. Luces, sombras y direcciones provocan la multiplicidad de escenarios de esta pieza. Cada una de sus partes, cada uno de los colchones, se sitúa a una altura, en vertical o en horizontal, y alrededor de cada una oscila una luz –una bombilla o una vela- que salpica de sombras cada instalación: la jaula que contiene una pequeña cama, por ejemplo, tiene delante un foco, y esto genera en la pared opuesta un reflejo flotante, azulado, fantasmagórico, filtrado por los barrotes de la jaula. Los performers, Deif Vila e Isaac Torres, están siempre presentes, oscilando ellos también, pendientes también el uno del otro. Nunca se pierden de vista. Cuchichean, se besan, se tumban en un colchón, beben champán. Cada uno se ata el extremo de la misma cuerda a sus testículos; quedan unidos en una especie de cordón umbilical geminado. La correlación, pues, está presente en todos los rincones y elementos de Mearruinas y Acordar. Los elementos se atraviesan unos a otros y entonces es cuando existen, viven, palpitan. La bombilla, la mecha prendida de la vela, por sí solas, sólo serían materia, más basura. Pero la combustión de la materia, lanzada y recogida por otro cuerpo, revela, escribe un nuevo espacio. La luz, pues, sólo se genera y existe en la transversalidad.
Hay otro elemento que aparece a menudo en este laberinto, y son los objetos que sirven para unir/atar: la ya mencionada cuerda, los muelles, las cadenas que sujetan unos guantes de boxeo, el cordón de nylon que aprieta un colchón doblado, colgando en el aire, convertido en saco de sparring. Esta suma repetida de foco de luz + elevación/suspensión+ sujeción me hace pensar en lo que define un camino, un canal, una vía. Es un ardor dirigido, contenido de alguna manera. Y es que nuestro propio ardor podría terminar con nosotros, reducirnos a cenizas. Pero elegimos sujetarnos, controlarnos, para poder sostenernos en el tiempo. Deif Vila e Isaac Torres están atados y unidos, en tensión; cuando uno se aleja demasiado y estira la cuerda los cojones del otro se hinchan y se hunden hacia abajo; justo entonces el otro inicia un movimiento y el otro deja de tirar. Así pues, el otro, la imagen que proyecto frente a mí, me pone suavemente en peligro: mis cojones están en sus manos, me los podría reventar pero me perdona la vida. Nuestro ardor nos perdona la vida todos los días, es la evidencia después de estar aquí. La cama es el lugar que al exponerse explica este cruce de juegos entre yo y tú, ese choque prolongado, que llevamos a cabo con el único fin de pellizcarnos para probar nuestra existencia.
El único movimiento brusco lo provoca un tapón descorchado, que sale con ímpetu de su camino de vidrio. A pesar de la quietud de la pieza, nos damos cuenta de que las burbujas de champán llevan cuatro horas corriendo por la sangre de los performers; la sangre y su velocidad, responsables de la erección. Erección: una luz que busca un cruce.
Esta pieza requiere nuestra mirada, nuestro silencio. Podemos acercarnos mucho a cada una de las pequeñas hogueras/colchones, explosiones de luz sosegada, y escuchar su latido. Por una vez podemos convertirnos enteramente en mirada, en el aire que media entre cada uno de los dos puntos, liberarnos por un instante del binomio, de la tensión. Pero obviamente, al habitar el espacio nos convertimos en un nuevo punto opuesto. Y la luz vuelve a generarse en medio, en el encuentro. Producimos otro chispazo estéril, tembloroso, una nueva gota de aire.

María Folguera
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